Por mi cuento y riesgo

Nº3 ·F·U·E·G·O·

La puerta cerrada

Sentada en esa silla en medio de la calle Nora se preguntó varias veces qué pasaba. No recordaba cómo había llegado ahí pero no tenía tampoco a quién preguntarle. Todos corrían, muchos gritaban, algunos lloraban pero nadie notaba su presencia.

Una mujer temblaba abrazada a un médico, con la mirada perdida. La mujer estaba sucia y tenía la ropa mojada. En el abrazo había dejado caer una frazada que la cubría desde los hombros. Nora vio como le acercaban algo caliente en una taza de lata. “Cuidado que quema” escuchó que le decían. “Debe ser una mujer sin casa, pobre” se conmovió pero apenas algunos segundos después sintió algo de envidia por la bebida caliente.

Otro médico más joven se le acercó y le dijo “me llamo Marcos, ¿vos?”. “No sé”, respondió. Su nombre había quedado encerrado en alguna de las cajitas desordenadas que había adentro de su cabeza. “No sé, me duele mucho la cabeza” dijo casi llorando. Marcos intentó tranquilizarla y le dio una pastilla y un poco de agua. Le dijo que ya iba a empezar a recordar, que no era necesario que se esforzara pero Nora no estaba dispuesta a quedarse en ese estado de confusión. Miró sus pantuflas e intentó empezar a recordar.

Se había quedado dormida y era la segunda vez que le pasaba en la semana. Ya no tenía tiempo de bañarse pero tenía que tomar algo caliente sí o sí. Había buscado la caja de té y había puesto un saquito adentro de la taza. Mientras el agua hervía ella terminaría de maquillarse en el espejo del baño. “Nora me llamo” dijo confundida. Marcos sonrió y empezó a tomarle la presión. “¿Te duele?” le preguntó. Nora no supo de qué le hablaba hasta que se vio la  sangre en el tobillo. Ahogó un alarido y no pudo evitar que el corazón le empezara a latir pero Marcos la tranquilizó enseguida. “Está seca” le dijo. “La sangre, está seca” le aclaró cuando se dio cuenta de que Nora no había entendido.

La mujer sin casa seguía aferrada al tazón de lata y la miraba fijamente. Nora ya había notado ese par de ojos clavados en ella y había intentado fijar la vista en cualquier otra cosa pensando que así la mujer dejaría de mirarla. Pero no había tenido éxito y se sentía muy molesta. En tal caso cuando Marcos terminara de revisarla y le dijera que estaba todo bien ella se encargaría de ir a increparla. “¿Sabés qué te pasó?” le preguntó Marcos. “Sí” mintió, “más o menos” reconoció segundos después.

Había escuchado hervir el agua y había salido corriendo del baño. Recordó que por atropellada se le había caído el bolsito con los maquillajes ¿por qué estaba tan apurada? No podía recordarlo. No llegó a la cocina, la explosión la encontró en el pasillo. “Hubo una explosión”. Marcos asintió con la cabeza y se arrodilló en el piso. Le preguntó qué más recordaba. Nada recordaba. Nada más. Pero tenía que esforzarse. “Tomá esto” le dijo dándole una taza con algo humeante. “Tomalo despacio que está muy caliente”. Como un brebaje la bebida insípida pero caliente la llenó de energía y de imágenes.

Esa mañana se había despertado con el timbre de la puerta de arriba. Alguien había tocado el timbre y ella la había hecho entrar. Era una mujer la que había tocado ese timbre en forma insistente. Era una mujer, con total seguridad, pero no podía recordar su cara. No podía recordar la cara de la mujer pero tenía la impresión, algo difícil de explicar, la mujer era cercana y a la vez distante. La mujer era cotidiana pero no más que eso. La mujer sin cara tenía una mochila y había saludado educadamente pero sin beso. Ella había respondido hosca, más que nada por el apuro. “Me quedé dormida” recordó haber dicho. La mujer sin cara había hecho un gesto con los hombros y se había metido en la cocina ¿era ella quién había puesto la pava con agua en el fuego? ¿dónde había ido después? Necesitaba contarle a Marcos lo que había recordado pero lo había perdido de vista.  “¿Estás bien?” preguntó una chica de ambo blanco. Nora quería ver a Marcos. “Sí, estoy bien” le dijo y le devolvió la taza con algo de desprecio. No entendió por qué la trataba mal. Ella no era así. Ella no sabía cómo era, en realidad.

La taza sobre la mesada, recordó dos tazas sobre la mesada. La mujer del timbre le había dicho “señora”, la mujer que le había dicho señora había dejado la cocina para ir a cambiarse de ropa. No volvió a verla. Eso creía pero no podía estar segura. Por primera vez miró el edificio destruido ¿qué eran esas ruinas? ¿por qué no las había visto antes? Los bomberos apagando los pequeños incendios, la gente tratando de salir. Una mujer mayor lloraba abrazada a un hombre de su edad, seguramente su pareja. Una mujer mojada, como la mujer sin casa, tropezaba con la frazada que la envolvía y gritaba nombres al edificio destruido. “Federico” “Alexis”, lo mismo cada vez más fuerte. Un bombero estaba con ella y la acompañaba pero la que gritaba era siempre la mujer mojada.

La chica de ambo blanco le tomó la presión de nuevo. “Nora te llamás, ¿no? Está buscando a los hijos”. Nora estaba confundida, no sabía de qué le hablaba. “Busca a los hijos, hay gente atrapada. Los rescatistas siempre dicen que las voces de las madres ayudan un montón”. Nora se agarró la cabeza. La mujer que le había dicho “señora”, la taza en la mesada, su taza y otra más, el timbre que la despertó, ella abriéndole la puerta a una mujer, a una mujer humilde que le decía “señora” y que pasaba a algún lugar cerca de la cocina para cambiarse de ropa. La dependencia de servicio. La pava calentando el agua, las tazas y un cuarto con una puerta cerrada. Marcos le dijo “Te dejé en buenas manos, no te podés quejar”  y le guiñó el ojo a la chica de ambo. Nora se señaló el tobillo y antes de que pueda preguntar algo Marcos le dijo “tu tobillo está perfecto, quedate tranquila, estás bien en general”. Por primera vez Nora se dio cuenta de que estaba mojada, de que una frazada la cubría también a ella, una frazada igual o parecida a la de la mujer sin casa que la miraba sin parar. Nora  se sintió acosada. “¿Cómo es posible que esta mujer me mire de esa manera?”.

Decidió cambiar de estrategia, tal vez si la miraba fijo la mujer dejaría de hacerlo. Nora empezó a observarla detenidamente, bajó la mirada y vio la mochila a sus pies. La mochila mojada a sus pies. Recordó la mochila en la espalda de la mujer que le había tocado el timbre a la mañana, recordó haberle dicho “te pusiste la camisa, te quedó bien”. La camisa que ella le había regalado porque ya no usaba, la camisa que ahora tenía puesta la mujer sin casa. La mujer sin casa. Nora trató de armar la cara de la mujer que le había tocado el timbre a la mañana pero no pudo. Como un latigazo le vino a la cabeza la habitación cerrada ¿quién dormía ahí? “Marcos, esa mujer. La conozco” le dijo mientras lo agarraba del ambo como si quisiera colgarse. “Sí, ya sé”. “La conozco, la conozco, te juro” repitió Nora. “Sí, ya sé, ella también te conoce”.

La camisa, la mochila, la forma en que la mujer la miraba. El timbre había sonado fuerte esa mañana.

– Alicia, perdoname, ¿hace mucho que estás?

– Un ratito

– Me salvaste, me quedé dormida de nuevo y tengo una reunión en media hora. ¿Me preparás un té mientras me arreglo?…Te pusiste la camisa, te queda linda.

– Gracias, señora. Pongo la pava, voy al balcón a buscar la ropa seca y después ya lo levanto, ¿sabe?

“Marcos, esa mujer trabaja en mi casa, se llama Alicia, necesito hablar con ella”. Marcos le pidió que se tranquilizara, le dijo que era bueno que empezara a recordar. Llamó con un chistido a la chica de antes. “Norita, te dejo de nuevo con Mariana, yo voy a ver a Alicia un minuto, la voy a revisar. Le voy a contar que te acordás de ella, se va a poner contenta”.

Nora vio alejarse a Marcos y recibió a la chica con una sonrisa. Se sentía más animada ahora que empezaba a recordar cosas. Siguió mirando las ruinas, la gente lastimada y mojada, los muertos. Pensó en su casa, en ese cuarto con la puerta cerrada. Recordó una placa en esa puerta. Una placa de madera en forma de oso. Uno oso con globos de colores, todo en madera en esa puerta cerrada. Pensó en su casa de la que seguramente no había quedado nada y se angustió.

Miró hacia donde estaba Alicia con Marcos ¿cómo olvidarla si Alicia le organizaba la vida? Si hasta que Alicia no llegaba ella no podía irse. Vio a Marcos hablando con ella. La miró y la saludó con un gesto amable, Alicia hizo lo mismo. Un rescatista hablaba con ellos. Una ráfaga de viento trajo palabras sueltas “lo encontramos” “pero lamentablemente”. Nora escuchó que el rescatista le preguntaba a Alicia si era su hijito y les pidió que lo siguieran.

“Mariana, se ve que encontraron a alguien y le preguntan a Alicia si tiene hijos pero Alicia no tiene hijos, si no no podría venir a casa todos los días”. Esa mañana Alicia había llegado puntual como siempre.

– Uh, qué cargada te viniste.

– Es que traje naranjas de mi casa para hacerle dulce al Ramirito que le gusta tanto.

“Nora, te vamos a acostar en una camilla y te vamos a dar algo para que descanses un poco, necesitás estar tranquila para recuperarte bien”. Nora se recostó y cerró los ojos.

Natalia Abalo nació en 1974 en Buenos Aires. Es Licenciada en Marketing y vive en Caballito con Lucas y Lola: sus dos gatos. En su tiempo libre suele viajar, ver películas y comer. Le gusta escribir y no pierde las esperanzas. Le gusta mucho leer pero en los últimos años se volvió un poco vaga. Nunca pudo guiñar el ojo derecho pero sí logró armar el cubo mágico una vez.

Un comentario el “La puerta cerrada

  1. Marta Haydée Garcia
    diciembre 22, 2013

    Tremendo espejo en el que cualquiera se puede reflejar con esos íntimos temores.

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Esta entrada fue publicada el noviembre 17, 2013 por en cuento.